lunes, 5 de enero de 2015

Prologo del libro.Por Joaquin Ortega


Ética, estética y épica en las comunidades ortodoxas
Joaquín Ortega

Toda ética gira en torno -y a partir- de una estética. El bien y la belleza se articulan en su propio movimiento. Asimismo -para completar la órbita temática, memoriosa y humana- una épica ha de estar presente, en el propio corazón de la narrativa, a la cual nos sujetamos. Esto es, todo inicio debe tener un final logrado, a base de esfuerzo y de superación.  
Venezuela es parte de una tradición sensible, amplia, acostumbrada a la recepción y a la integración de nuevas palabras, emociones, costumbres positivas y concordia espiritual.  
Toda iglesia, entendida como lugar de reunión, ha tenido el efecto de la transformación, el diálogo y la atención -desde el respeto- con su entorno. Tal vez,  el seguimiento  algunas veces, con no cierto nivel de rechazo, se haya hecho presente  - recordemos los incidentes irracionales contra algunas confesiones, a propósito de nuestra guerra de independencia, además de ciertas persecuciones a la fe, en momentos oscuros de nuestra genealogía social-  esto sí,  no demerita, la práctica de aquellos hombres y mujeres comunes ante la convivencia moderada, frente a litúrgicas forasteras.
A lo largo del siglo XX Venezuela, ha dado ejemplo de una acogida compasiva a familias cuya fe ha pasado de padres a hijos y nietos y que mantienen una perpetua actividad en el mantenimiento de los cultos originales, aprendidos y ejercitados en países a primera vista remotos.  No hay duda de que este aire de devoción y piedad cristiana, significan para Latinoamérica, y en especial, para nuestro país una fortuna espiritual que indica un resurgir en la esperanza y una certidumbre de hermandad en nuestras tierras.
América Latina y el Mediterráneo son piezas eslabonadas cuya conexión comercial, gastronómica, idiomática, mitológica y escénica - pudiera decirse, que hasta “solar”, en clave elemental – han ido estrechando nuevas formas de ritualizar el Evangelio. Esas, al parecer nacientes formas, posiblemente sean antiguas maneras, reencontradas en personas y eventos, por de pronto, contemporáneos. Igualmente ocurre con la Europa recóndita, la del este o la de los centros alejados del intercambio y del trajín de los mares más cálidos, o al menos, disimiles de América y el Pacífico.
En este texto, que hoy mantiene frente a sí, encontramos una mirada a los manantiales del credo paterno, a los semilleros de la fe materna, a los cimientos de la congruencia filial y a los pábulos de la responsabilidad de los feligreses, empalmados en una precisa y hermosa argamasa de imágenes escritas, y cuya fuerza visual prefigura, la burbujeante vitalidad de las prendas icónicas que respiran bajo cada rostro, cada mirada, cada gesto y cada cuerpo imaginado para gravitar frente a la creación eterna.
Estas líneas, nos llevan de la mano -desde el umbral del viaje inicial de Bizancio, hasta nuestras costas tibias- es un repaso de las gestas de certidumbre e inspiración que son las misiones, y en especial, de los testimonios humanos detrás de ellas; es un diario de las fuentes sacrosantas materializadas en el icono y la devoción; es una estadía al calor del fogón, al golpe del cincel, al  trazo del color dentro del taller.  Aquí, la manufactura se desprende como  una oración en sí misma. Al fin y al cabo, no hay tarea que complazca más al padre que la que se regocija en la oración, en el agradecimiento previo y en el posterior regocijo que deja la obra terminada. Esa es la tarea cumplida, de la mano y bajo el techo, de los hombres y mujeres que son familia, tanto en la tierra como en el cielo.
La fe y los personajes centrales de la épica cristiana, son también parte de la historia -no conclusiva- de esos hombres y mujeres, que en Venezuela llevan adelante su propia vida, al frente de sus decisiones individuales y comunitarias.  Los retos y el esfuerzo producirán en nuestras vidas -y memoria- su propia aura de belleza, su carácter hacia la bondad y el logro con sentido perpetuo.  

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